Mudar
de piel no es algo que suceda de un día para otro. Es inevitable que el proceso
comience siempre un tiempo antes que va de acuerdo a la importancia que tenga
la muda en cuestión. La piel debe primero ir ahuecándose poco a poco,
desprendiéndose lentamente de los tejidos que la fijan, hasta que en un momento
dado comienza a deslizarse por la punta de los dedos de los pies y de a poco va
llegando al centro mismo del alma y nos va abandonando definitivamente.
Las
mudas pueden ser forzosas, voluntarias, o en ocasiones ambas cosas a la vez. No
todas se viven con dolor. Hay pieles a las que nunca pudimos adaptarnos del
todo, dentro de las cuales jamás logramos arquear la espalda sin notar cierta
tirantez, esas que nunca se ajustaron como debían a nuestro contorno. En estos
casos la muda será celebrada con alegría y es probable que la piel vieja acabe
rápidamente en el estante más inaccesible del armario trastero. Algo muy
distinto sucede cuando se trata de una piel que sí consiguió ceñirse a nuestro cuerpo
definiendo nuestra silueta del modo preciso, con la que sentimos que todo
movimiento era posible, en la que no había holguras desagradables. Entonces no
cabe el desprendimiento de esa piel sin cierto desgarro, así como el
correspondiente sufrimiento que éste genera, y el proceso será necesariamente
más complicado y problemático. Si, a ese desgarro que menciono, debemos
agregarle que al mismo tiempo son dos pieles de las que debo despedirme, el
sentimiento de tristeza y añoranza anticipada le ganará a la perspectiva de
sonrisas que propone la futura piel renovada...
Pasaré,
entonces, sin dudas muchas horas contemplando las huellas, las señales y
tatuajes que, mientras me envolvieron, fueron dibujándose sobre estas pieles de
las que hoy empiezo a despedirme. Me esforzaré, seguramente, por retener el
recuerdo de sus texturas, de sus imágenes, de sus dolores, de sus sonrisas.
Intentaré, seguramente, darle la espalda a lo venidero y no querré ni hablar de
ello. Evocaré, seguramente, las distancias recorridas y no dudaré en otorgarles
la cuota de idealización necesaria para demorar la muda, que será igual de
forma inevitable. Me embargará, seguramente, un estado de confusión y malestar
cuando se vayan acercando las fechas señaladas.
Lloraré,
seguramente.
Pero dicen los expertos que las lágrimas suelen
facilitar y suavizar el desprendimiento de la antigua piel, antiguas pieles en
este caso, y es por eso que son tan necesarias, las lágrimas digo, cuando mude
de piel, de pieles, en este caso, por las que he sentido, y aún siento, tanto
apego.
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