Esta vez le corresponde a Teatro y la actividad será una Mesa en la que Stella Matute, Horacio Peña, Beatriz Spelzzini y Carlos Weber -todos premiados como protagonistas en Teatro- contarán sus experiencias "DEL ACTOR AL PERSONAJE". La Charla será coordinada por la actriz premiada en Trayectoria: Ana María Casó. La actividad tiene entrada libre y gratuita. Es a las 19 hs. en la Sede de APA: Av. de Mayo 953, 2do. piso, depto 17.
La actividad fue un encuentro de camaradería en la que se compartieron experiencias y se despertaron reflexiones. Tuvimos el placer de que se sumara a la mesa el recientemente Premiado en Trayectoria, Hugo Arana.
AQUÍ MI EXPOSICIÓN:
"¡Qué palabra más fea, ´hacer teatro´! Si no fuera más que eso siento que no hubiera podido hacerlo ni podría nunca. Pero las pobres mujeres de las obras que represento, se han apoderado de tal manera de mi corazón y mi entendimiento, que cuando pienso cómo podría hacerlas más comprensible a mis oyentes me parece como si quisiera consolar a estas mujeres... Pero al cabo son ellas las que poco a poco me consuelan. Sería demasiado largo y difícil si hubiera de contar en detalle cómo y por qué y desde cuándo ha sobrevenido este cambio de sentimientos inexplicable entre estas mujeres y yo. No me importa que hayan mentido, traicionado, pecado o que hayan nacido ya corrompidas con tal que sienta que han llorado y sufrido mientras mentían, hacían traición o amaban. Estoy a su lado, las defiendo y busco en ellas, no por afán de sufrir sino porque la capacidad de compasión femenina es mayor y más amplia, más dulce y perfecta que la de los hombres".
Esas palabras pertenecen a Eleonora Duse, la inmensa actriz italiana del siglo XIX que tuve el honor de encarnar (permítanme el tèrmino).
En el espectáculo "Despedida en París", escrito y dirido por Raúl Brambilla, yo me puse en la piel de Eleonora Duse. O Eleonora Duse se puso en la mía. Elijo comenzar con ella y este texto no sólo porque me permite hablar de lo que me sucede en la construcción de mis personajes sino también porque ese trabajo es el que me dio el premio que hoy me permite estar acá.
Meterme con la vida de la Duse fue de las cosas más placenteras, más dolorosas y más intensas que me hayan sucedido en este camino de la actuación. Cuando comencé con los ensayos no había concientizado que iba a interpretar a una persona real, que había existido, a una actriz, además, que había transitado escenarios y que, fundamentalmente, había sufrido. Comencé la construcción del personaje con las mismas pautas de siempre y Eleonora me pasó por encima. Por eso me cuesta decir que "interpreté" a Eleonora. La sensación única, no me pasó antes y no sé si me volverá a pasar, es que "encarné" a Eleonora. Y fue ella la que me fue dando las pautas de cómo construirla... hablándome desde sus biografías en cómo ella encarnaba a sus personajes. Y ella no tenía pruritos ni prejuicios en decir que los encarnaba.
Yo no soy buena teorizando. En general construyo haciendo. Siempre me he sentido, y me siento, una hacedora del escenario.
Pero en ese recorrido de construcción que hice con ella -hacia ella- me hizo reflexionar mucho y repensar mi relación con el oficio. Y, sin ánimo de compararme -que quede claro-, eso es un poco lo que hoy vengo a compartir en esta mesa.
A diferencia de la Duse yo no vengo de una familia de artistas. Es más... fue una gran sorpresa para mi madre y mi hermana saber que yo quería ser actriz. "Cuánto vas a sufrir", me dijo mi madre al darle la noticia, después de quedarse un largo rato en silencio y mirándome. Yo, claro, me enojé mucho. Pero fue casi un mandato. O una premonición. Porque si bien el escenario es mi espacio de libertad y felicidad, la construcción de un otro, una otra, no puede hacerse sin transitar dolores. Y si bien siempre supe sobre eso, fue Eleonora Duse la que me hizo comprender que “Ser otra” para me miren sin verme, incluye en sí mismo un dolor esencial. A la vez, me es imprescindible “ser otra” para ponerle palabras y sentires a aquello que yo jamás diría ni sentiría.
Decía Eleonora en boca mía: "Algo me empujó al escenario. Me encontré de pronto, bajo las luces, la boca oscura de la platea, el monstruo respirando… Creo que recién ahí me di cuenta de lo que siempre significó el teatro para mí. ¿En qué otro lugar puedo olvidarme de mí misma, de las miserias, de las durezas de la vida, más que en el escenario? ¿Dónde quedar mejor escondida que iluminada por todas las candilejas? ¿Dónde encontrar otro sitio donde la gente, mirándome, esté realmente mirando a otra? ¿Dónde desaparecer mejor?”
Y para mí de eso se trata. Nunca supe bien por qué necesité eso, por qué necesito eso: ser otra, volver siempre a ese estado inaugural de juego, prestar mi piel, tomar pieles prestadas. La explicación más racional que me doy es esa. Olvidarme de mí misma, olvidar las miserias, las durezas de la vida, y decir aquello que no diría siendo yo misma.
Recuerdo cuando ensayaba “El cuarto del recuerdo” de Mario Cura, dirigida por Rubens Correa. Yo interpretaba tres personajes: la compañera, la hija y la madre de un desaparecido. Con la compañera y la hija no tuve mayores problemas. Pero con la madre no lograba salir de mí. Había un texto que me producía mucho conflicto… Esa madre le decía a su hijo desaparecido: “mirá lo que está pasando en el mundo, ¿para eso te dejaste matar?”. Era un momento muy duro del texto y yo no podía salir de lo que yo pensaba al respecto y al llegar a ese momento inevitablemente paraba el ensayo. No podía decirlo. Entonces Rubens trajo a uno de los ensayos a Taty Almeida, así la conocí. Y me pidió que como fuera dijera ese texto y siguiera. Fue mucha la dificultad y lo dije mirándola a ella, como pidiéndole perdón, pero lo dije y seguí. Cuando terminamos, Taty me abrazó y al oído me dijo: “no te preocupes Stella. Las madres en nuestro cuarto del recuerdo decimos y sentimos eso. No podemos decirlo en público, pero todas lo sentimos y lo pensamos. Pensá en mi cuando tengas que decirlo, y sabé que yo te agradezco que vos puedas decirlo por mí.” De ahí en más, no sólo pude decirlo, era uno de los momentos más intensos del espectáculo. Pero yo ya no era yo. Era ella. O ellas. Eso me pasa cuando actúo. Y desde allí construyo. Con Eleonora fue distinto, pero todas las mujeres que he interpretado tienen una música, una voz, una imagen, un sonido, un texto por sobre todos los textos. Y con todo eso construyo un sentir. Que no es mío y a la vez sí.
Por último, quiero contarles que yo debuté hace 36 años haciendo Nina, el inmenso personaje que Chejov nos brindó con “La Gaviota”. Yo era muy joven, bastante tontona (más que ahora), muy debutante, y no tenía mucha idea de lo que estaba haciendo, de la mujer que estaba interpretando. Coincidentemente, también Nina es una actriz. Y en el monólogo final dice algo que después muchas veces me hubiera gustado decir sobre un escenario, más consciente de lo que Chejov había escrito para Nina, pero nunca más tuve la oportunidad de volver a la piel de ese personaje, que hoy me dice y me expresa y que tiene mucho que ver con la Duse. Dice Nina casi al final de La Gaviota:
"...creo que lo verdaderamente importante en nuestras profesiones, tanto cuando se escribe como cuando se interpreta, no es la gloria, ni el brillar, ni todas esas cosas con las que yo soñaba…, sino el aprender a soportar el sufrimiento. ¡Soportar la cruz y tener fe! Yo tengo fe ahora, y ya no sufro tanto. ¡Y cuando pienso en mi vocación dejo de tenerle miedo a la vida!"